093. Conanbatt: Unchallenged
- 57:06
- Fri Oct 31 2025
- Temporada 2 • Ep. 55
- tecnologia informal
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- filosofia
- debate
- moral
- pensamiento critico
- filosofia moral
- aprender a pensar
- discutir ideas
- aprender a debatir
En este nuevo episodio de Tecnología Informal, vuelvo a los personales. Esta vez construyo una guía para el futuro: un intento por enseñarle a Luna, cuando le toque desafiarme, cómo pensar, discutir y buscar la verdad sin miedo. Es un recorrido por la filosofía moral, la empatía, el ego y el arte del debate. Desde mis primeras peleas de infancia hasta los límites del utilitarismo, la deontología, el libertarianismo y Nietzsche. Un episodio sobre apuestas, ideas y propósito. Exploro por qué debatir no es un gesto de soberbia, sino de amor por la verdad y por qué el pensamiento solo avanza cuando alguien se anima a ponerlo a prueba. Una carta sobre el conflicto, el coraje intelectual y la herencia de pensar por uno mismo. 🔗 Encontrá todas nuestras búsquedas abiertas en: silver.dev/jobs 🎓 Prepará tus entrevistas con Interview Ready: ready.silver.dev #tecnologiainformal #silverdev #founderstory #filosofía #debate #aprendizaje #moral #familia
Me encanta agarrarme a piñas con palabras, es una pasión, lo tuve siempre.
Tengo un don para que la gente se enoje cuando yo planteo temas.
Discutir es como un juego para mí: hay reglas, hay un ganador y un perdedor, y me gusta apostar.
En un debate, el que gana es el que pierde y el que pierde es el que gana.
El único acto moral es apostar.
Episodio especial: Cómo debatir (y perder) con @Conanbatt
Este es un episodio muy especial. Se vino otro especial con @Conanbatt, porque es un episodio que tengo pensado hace un montón. De hecho, el episodio del Twitter casi iba a ser este, pero bueno, vengo trabajándolo y pensándolo, porque es un episodio sobre agarrarse a piñas, sobre pelearse, sobre debatir, sobre discutir, sobre llevarse la contra con la gente. Es un episodio sobre eso hoy.
La verdad que a mí me encanta discutir, me encanta debatir, me gusta pelearme en debates acalorados, ideológicos, de lo que sea. Me encantó siempre. Me peleé con todo: con la familia, con los amigos, en la escuela. Y además, no es que me gusta el debate intelectual frío: la gente tiene que estar enojada, tiene que haber bardo, tiene que haber bronca en toda la situación. Me encanta agarrarme a piñas con palabras, es una pasión, lo tuve siempre.
Además, tengo un don para que la gente se enoje cuando yo planteo temas. Lo explico así: tengo como un don de empatía, soy una persona muy empática, al contrario de lo que mucha gente se imagina. O al menos lo suficiente para entender lo que a la gente le molesta, pero también tengo el nivel justo de autismo para que no me importe si a la gente le molesta. Tengo esa cosa de que lo veo y además pincho. Es una combinación realmente explosiva. Creo que además es algo genético, fisiológico. No es algo que aprendí, lo tuve siempre. Mi ambiente no es así, mi familia no es así, mis amigos no son así. Es algo que tengo desde que tengo memoria.
Me acuerdo, no sé, ocho o nueve años y empecé con el tema del debate así pre-adolescente. Era llegar al desacuerdo todo el tiempo, argumentar todo. Mi papá me decía que yo era un abogado, me acuerdo que decía: "Uy, no, vos argumentando, todo lo que hacés argumentando". Y además el tono de los debates que tengo yo no es "a mí me gusta el helado de chocolate y a vos el de vainilla", es tipo: "No, no, no, hay uno que está bien y hay uno que está mal, y tenemos que llegar hasta el final de esta conversación". No la suelto hasta que lleguemos al final. Alguien tiene la razón.
Algo que tengo desde muy chico, lo menciono en el episodio de crypto, es que me gusta apostar. Me gusta apostar toda mi vida. Era: "¿Cuál es mejor helado, chocolate o vainilla? Bueno, apostemos un helado y veamos cómo lo desciframos". Apostar plata, yo desde muy chico apuesto plata en todo lo que digo. Siempre me gusta arbitrar algo. Creo que por eso siempre me gustaron mucho los juegos, porque los juegos tienen reglas y hay un ganador y un perdedor, y uno se puede apostar. Discutir es como un juego para mí: hay reglas, y para mí tiene un concepto de ganador y perdedor, un debate ideológico, de reglas, de lógica, de premisas y conclusiones. Hay que llegar a algún lado. Un juego sin final no tiene mucho sentido, tiene que tener una conclusión.
El mundo es bastante complejo, es difícil de entender todo lo que hay, y todo lo que decimos y opinamos se abre a que no sea exactamente lo correcto. Pienso que todos cometemos errores constantemente, porque no entendemos la profundidad de todo lo que hacemos, ni lo hacemos bien, ni lo entendemos bien. Discutir y debatir tiene que ver con eso: me doy cuenta que el otro tiene algo mal, y se puede arbitrar esto, se puede pelear, se puede armar un debate. Pero discutir tiene que tener una finalidad, si no, no tiene mucho sentido. Me gusta apostar porque apostar es un compromiso de que tiene que haber finalidad. Cuando le decís a alguien en un debate: "Bueno, yo digo A, vos decís B, apostemos", le estás pidiendo al otro mucho más que plata, le estás pidiendo que apueste finalidad, que apueste conclusión, que diga: "Acá va a haber resultados, acá va a haber un ganador y un perdedor". Es muy importante eso.
Muchas veces la gente debate diciendo: "Nos enriquecemos todos y ganamos todos", y hay un componente de eso, pero tiene que tener final. No puede ser: "Yo digo A, vos decís B y nos quedamos todos en la nada". Lamentablemente, toda mi vida me han desafiado, o sea, en todos los debates que pongo apuestas, yo desafío con apuestas: "Pongamos plata, pongamos algo". Realmente muy poca gente me aceptaba las apuestas, ni las figos en la primaria. El único que me aceptaba las apuestas era mi hermano, que me cagaba, me hacía trampa en los juegos, pero no me apostaba. Eventualmente empecé a desistir, porque si la gente no te acepta la apuesta, no te acepta la finalidad. Entonces, al menos voy a sacarle que la gente se enoje. En la secundaria no estaba pidiendo plata a nadie, ni apostando a nada, pero armé debates legendarios. Tomé cualquier ángulo, cualquier posición, cualquier oportunidad. Alguien decía algo y yo tiraba de un piolín y volvía loco a cualquiera.
Y sin sofismos, no es que invento cosas que no creo. Soy muy en contra de los sofistas. Encuentro una posición que es polémica y quiero el debate y la discusión sobre esa situación. Mientras más gente estaba de acuerdo, mejor. Yo quería más gente del otro lado. Si yo estaba solo contra todos, mejor, porque genera como apalancar, es como un próximo de apuestas, porque aumenta la energía que está apostando, la humillación, el sentido de propósito de las personas, de identidad, de tener la razón, de pertenecer. Yo no podía estar en el grupo en el que estaban todos de acuerdo, yo tengo que estar en desacuerdo, tengo que estar afuera, porque necesito ese debate, necesito ese tipo de apuesta.
Realmente me volví muy bueno en prender la mecha e irme. Hay una conversación entre personas, metía una declaración donde las dos partes estaban en desacuerdo y se armaba un quilombo y yo me iba, literalmente me iba una vez que ya se acaloraba mucho el debate. Las clases de filosofía de la secundaria, directamente la mitad de la clase eran mías. Yo iba a la clase y antes de seguir la currícula era: "Tengo una situación, vamos a hablar de esto", y generaba estas tensiones y debates dentro del aula. A la profesora le encantaba, a Irene, que cada tanto me la cruzo acá en el barrio.
No exagero con esto de que generaba problemas, me dedicaba a armar grietas, me encantaba. Ese era mi monstruo, mi adolescente moral le armaba grietas, era mi hobby. Siempre lo mejor era todos contra mí, eso era lo más divertido. Mientras más se enojaba, mejor, y mientras más se frustraba, mejor. Qué buenas épocas, la puta madre, pelearme con todo, qué lindo. Y ahora no es lo mismo, soy un tipo grande ahora.
Pero imagínense, si yo en Twitter meto un tuit y se enojan 10.000 personas, todo bien, pero muy superficial. Está bueno cuando llegás a la parte central de una persona, las partes que marcan su identidad. Tenés que pelear fuerte, tenés que generar mucha esa bronca.
La realidad es que cuando empecé a jugar al Go me volví aún mejor en este juego, porque el Go es un juego muy dialoguista, es una conversación. Es como un ejercicio de empatía y de lenguaje, dos cosas muy importantes cuando uno tiene un debate: poder expresar ideas y entenderlas, y poder entender a tu adversario, a tu rival. Uno de mis grandes saltos como jugador de Go fue cuando desarrollé mucho este nivel de empatía para entender qué es lo que piensa mi rival. Si lo entendés, lo tenés adentro tuyo, por lo tanto podés jugar mejor que la otra persona, porque tenés a la otra persona adentro tuyo más tu propia persona.
La empatía es un ejercicio también de superación. Si uno no puede entender lo que el otro piensa, el otro te supera intelectualmente, tiene mayor capacidad de entendimiento. Pero si vos lo entendés perfectamente, ahora vos estás arriba, vas a ganar, vas a poder entender más opciones, elegirlas mejor.
Obviamente que cuando uno pule la empatía, aprende a hacer desastres. Porque la empatía, contrario a lo que se habla generalmente como un valor, muchas veces se expresa como esa sensación de cuidar al otro. Yo usaría otra definición de empatía: la capacidad de sentir lo que siente el otro. Eso es una herramienta, es como un microscopio, es como un sentido. Yo sé lo que el otro siente. ¿Qué hacés con eso? Es lo importante después: si vas a ser cuidadoso o si vas a tener saña con esas sensaciones que tiene el otro. Pero la empatía es importante porque es una herramienta, es un skill, no es un valor.
La empatía te deja entender al otro y te deja entender lo que le va a molestar o lo que tiene miedo de pensar. La gente tiene como un impulso a esconder las cosas que tiene miedo de expresar, y si vos sos empático y sentís el miedo de la otra persona, podés tirar de ese piolín que le da miedo decir. Cuando alguien dice "con eso no se jode", eso es justamente donde tenés que joder, te está diciendo exactamente lo que siente, que hay algo que le molesta, y tenés que ir ahí directo, de una.
A pesar de que toda mi pre-adolescencia, adolescencia, temprana adultez, me encantaba el tema de los debates, la frustración auténtica de los debates la tuve siempre yo, porque nunca llegan a frustrarme a mí, claramente. Por ahí con alguna cosa puedo llegar a cargarme con energía negativa, por mi desaprobación por la opinión de otra persona o el acto de otra persona, pero a mí me gusta discutir porque la buena parte es encontrar esas cosas que te molestan para superarlas. Hay gente que se enoja con la experiencia de debatir, con la experiencia de que alguien esté en desacuerdo, alguien que diga que algo que ellos piensan es incorrecto, y se enojan porque se enojan.
Enojarse en el contexto de un debate intelectual es la marca de que perdiste, de que realmente perdiste. Esto lo dijo Menem, gran prócer argentino: "El que se enoja, pierde". Significa que no tenés ni claridad ni paz con lo que estás diciendo o pensando. Entonces lo que a la mayoría se le ocurre es no discutir temas que los enojan, sino discutir temas que no les importan, porque tocar las cosas que te importan pueden llegar a enojarte, no se quieren enojar, y entonces buscan eliminar la evidencia de lo que les molesta.
El debate como mecanismo social
La gente debate, para mí, como un especialista en la pelea de debate o en la discusión pública, porque en mi experiencia cuando la gente discute públicamente tiene un problema, tiene un chip en la cabeza. Está pensando en el debate como una herramienta, como un mecanismo social. Es decir, no ven al debate como un intercambio de ideas o de premisas o de apuestas, como diría yo, sino lo ven como una forma de expresar tu jerarquía en una sociedad. Entonces, como lo evalúan de esta manera, la participación de un debate, no quieren participar de un debate en el que pueden quedar mal parados, porque eso baja tu estatus en el árbol de los monos, baja tu categoría.
Esa idea constante de que un debate es para subir tu categoría social o bajarla de otro es realmente pedorra, es realmente chota, para mí es incorrecta, y es algo muy de nuestra época ahora, que siempre se dice: "Ah, mirá, Pepe destruyó a Juancito con argumentos", y es como que siempre se habla sobre lo importante es el efecto social, cómo impacta en la supuesta percepción pública de terceros tu postura.
Esto fue un pic de la época woke, que ya terminó, fue hace 8 años, por así decirlo, que reinaba este concepto de virtue signaling, de decir las cosas que vos pensás que otra gente va a percibir como virtuosas de tu parte. Hay que hacer algo por los pobres para lucir espectacular, ¿viste? Yo iba ahí y decía: "Yo me cago en los pobres, ¿qué me importan los pobres?" y era como, se rompía la máquina cuando hacías esas cosas. También fue una época divertida, me he peleado con mucha gente en San Francisco con esas cosas.
El problema de la gente que lo ve como un estatus social es que no percibe el argumento por sus ideas, ni entiende sus propias ideas, no le importan sus ideas, le importa lo que piensan que le van a sacar a ese estatus social. La gente que discute así no cree en lo que dice, dice cualquier boludez, cambian su postura, esquivan los temas picantes. Así que no se llega mucho, me frustra mucho hablar con esa gente porque no llegás a ningún lado.
¿Qué me pasa a mí? La gente que hace virtue signalling es incapaz de aceptar una apuesta. Yo los presiono, les digo: "Bueno, apostá algo, vos decís que esto va a pasar así, yo te apuesto que no funciona así", y no te aceptan nunca la apuesta porque justamente perder una apuesta sería muy, muy doloroso para ellos en su escala social, en su percepción de la escala social, entonces no apuestan nunca. Yo termino muchas conversaciones con eso: "Bueno, ¿querés apostar?" y la gente no te apuesta. Listo, yo no quiero seguir con la conversación. No creés en lo que pensás.
Además de virtue signalling, hay otras razones por las que la gente no dice lo que piensa, o blande argumentos que no cree realmente. Les da terror darse cuenta que están equivocados. Les da miedo las consecuencias de cambiar de opinión. Les da miedo decir: "Uy, pará, yo vengo operando con esta idea, pero está muy mal y debería cambiarla". Les da terror descubrirlo y les da terror que otro lo descubra. Entonces las esconden, te dicen un argumento que no creen y vos, ponele que lo refutás o presentás una contraindicación, y te dicen otro argumento que es inconsistente con el anterior. Le digo: "Pará, escuchá, me dijiste dos cosas que entre sí no tienen sentido". Como que no creen lo que piensan, porque no quieren exponerlo, quieren esconderlo.
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Sobre la militancia y los sofistas
Después están los que militan ideas. Ya hablé antes en el episodio de pandemia. Estoy en contra de la militancia, el concepto del acto militante, porque el que milita ideas activamente no cree lo que dice. Activamente dice: "Voy a persuadir al otro de algo con los argumentos que yo pienso que al otro lo van a convencer, pero yo no los creo". Esa es la base de la idea militante, porque justamente está tu lealtad primero, tus intereses, tu partido en el acto político o cualquier otra cosa. Es tus intereses primero y las ideas después.
Son sofistas. Los sofistas que dicen argumentos con la idea de ganar un debate o de persuadir, que por ahí pueden persuadir a alguien, pero no lo creen. Son los peores discutidores del mundo. Los sofistas son los peores para mí, porque nunca sabés lo que creen. Es imposible ganar un debate con alguien que no acepta el concepto, no toma ninguna premisa, no es falseable. Y lo que no es falseable no sirve, no es un debate honesto, no es un debate real, no es un debate que se pueda hacer. Esto es una pelea de Sócrates con los sofistas. Yo soy del lado Sócrates, y como diría Sócrates, los sofistas son unos hijos de puta, la verdad que son unos hijos de puta, porque vos les pedís compromiso y ahí se desarman, porque no se pueden comprometer en una posición, porque necesitan poder cambiar a otra. Entonces ahí cuando vos les decís: "Bueno, vos pensás esto, apostemos a que vos pensás esto", y no pueden aceptarte eso, no pueden aceptarte compromiso a lo que están haciendo. Así que no son adversarios divertidos.
Después tenemos el caso clásico, que es que la gente no es capaz de aceptar que está equivocada. Creo que el ser humano tiene una dificultad muy grande en separar dos sensaciones que ocurren al mismo momento. Por ejemplo, la dificultad de separar que una persona puede ser víctima y victimario a la vez. O sea, a mí me robaron, entonces robo a otro, entonces o sos víctima o sos victimario. Son las dos cosas, le cuesta mucho al ser humano pensar esto.
En el debate pasa esto: alguien te puede estar dando algo, una nueva forma de ver el mundo, una buena idea, una buena información que te puede servir, pero a su vez implica que perdiste un debate y la sensación se mezcla y gana una o gana la otra a veces.
Las discusiones no son para ir y charlar y boludear y llevarse bien y tomar mate. Las discusiones están para ir a ganarlas. Hay que ir a ganarlas. Hay que blandir las ideas más importantes que tengas, más duras, y no permitir escape de ningún tipo. No existe el "yo pienso, vos pensás, bueno, agree to disagree". No, no, agree to disagree nada. Vamos a ir hasta el final acá. Alguien está equivocado. Alguien tiene razón y hay que ir con todo el problema y no atacar a la persona, obviamente. Hay que ser suave con las personas y duro con los problemas, pero no se puede tolerar, no hay que ser suave con las ideas. Hay que ser muy duro, hay que ser concreto.
El tema es que si la persona no reconoce que perdió un debate o que está equivocada, no está siendo duro con las ideas. Está siendo rígido, pero no está siendo disciplinado con lo que piensa. Está simplemente tomando una postura para no reconocer que está equivocado y la primera persona que sufre eso es la persona que no lo reconoce, que no puede progresar.
Además pasa algo re loco con la gente que se obnubila en una posición, que es que la gente de afuera se da cuenta que está obnubilada. Entonces tampoco le conviene en esa percepción de estatus social. La gente que es incapaz de aceptar que está equivocada también es bastante desagradable. Ese es el tipo de gente que te acepta la apuesta, pero no te la paga en general o no te reconoce los términos. Es muy grave porque además de ser simplemente desagradable, como ver a una persona que sea necia, que sea incapaz de aceptar que está equivocada, también es grave porque muestra que es una persona que no entiende el propósito de discutir, que es descubrir que estás equivocado. Ese es el objetivo de ir a un debate.
Si vos pensás que vas a una discusión y se gana cuando el otro te dice "vos tenés razón y yo estoy equivocado", como una doblegación, como una victoria, en realidad no es así, es exactamente al revés. Porque si vos vas a un debate y el otro dice "yo estoy equivocado, ahora entiendo algo más", el otro ganó, el otro se lleva algo. Y si vos fuiste y solo dijiste lo que pensabas y con eso no te llevaste nada, vos no ganaste nada. El que gana un debate, el que gana un enfrentamiento intelectual, no se lleva nada de primer orden. Realmente no ganó nada. Volviste a tu casa pensando lo mismo que cuando saliste. Pero cuando vos perdés es al revés. Cuando vos perdés descubriste algo nuevo y ahora cambiaste algo. Entonces escapaste de tu matrix, entendiste algo nuevo, progresaste, maduraste, creciste. Es al revés. En un debate el que gana es el que pierde y el que pierde es el que gana.
Hace poco leí un quote en el libro de "Rebelión de Atlas" donde el protagonista, John Galt, dice:
When I disagree with a rational man, I let reality be our final arbiter. If I am right, he will learn. If I am wrong, I will. One of us will win, but both will profit.
Es esta idea de cuál es la gracia de un debate: alguien gana, pero el que pierde aprende. Y el que gana, con suerte, gana algún tipo de apuesta, algún tipo de intercambio. Por eso en las discusiones no hay que ir a esconder la verdad, no hay que ir a blandir un argumento que no querés, no hay que ir a tratar de persuadir a otra persona con algo que no querés. Porque la idea es que vos vayas a descubrir que vos estás equivocado. Y para vos descubrir que estás equivocado, tenés que ir con tu verdad más fundamental, con lo que a vos te importa, con lo más vulnerable que tengas, lo tenés que mostrar para que otro le pegue con un martillo. Esa es la fuerza de un debate. Porque lo único que vale la pena falsear es lo que te importa. Es la parte fundamental de tu identidad o de tu esquema moral. Hay que exponer ese axioma, esa parte que vos decís "yo pienso que las cosas son así, porque por X pienso Y". Y si alguien te demuestra algo mal en tu razonamiento, tu premisa, cambiás tu opinión, por más que sea central a tu identidad. Ese es un buen debatidor, un buen discutidor. Va y empieza diciéndote las condiciones con las que pierde, porque te está diciendo exactamente qué es lo que quiere saber, qué es lo que quiere descubrir.
Reitero que en el tema de los debates y las discusiones, el más frustrado soy yo. Porque esto de descubrir que estoy equivocado es mi metodología. No me encuentro mucha gente con esa metodología. De hecho, no recuerdo una persona que tenga esa metodología para discutir. Y siempre me meto en esas metaconversaciones sobre el debate, y yo digo: "Bueno, debatir hay que hacerlo con saña". Pero con saña en serio, hay que ir a lastimar al otro, porque el otro te está mostrando lo que tenés que romper. Pero mi frustración es porque la gente no tiene ni esta filosofía para debatir, ni tampoco están muy afilados para tener estas conversaciones, que yo siento que son muy básicas. Como que necesito tomarme un buen rato para explicarle a una persona los esquemas morales básicos para que pueda entender, siquiera, cuáles son mis premisas para que yo se las pueda decir y me las pueda atacar. Es como que siento que hay un camino largo para que me ataquen, para que me peguen en lo que me molesta.
Pero tengo un plan. Porque si no existen las personas que quieren debatirme como yo quiero, que no existen las personas que tienen ganas de pelearse un montón de veces conmigo, de discutirme, de mostrarme que estoy equivocado, si no están, las voy a crear.
Este episodio está dedicado a una persona muy especial, dedicado a una persona que no está con nosotros ahora mismo, porque Luna, vos estás durmiendo acá a 5 metros en una cama, pero no es para la Luna de hoy. Este episodio está dedicado para una Luna especial, para una Luna adolescente. A la Luna que le va a agarrar esa etapa de su vida donde siempre piensa que los padres están equivocados, especialmente su papá. Que su papá es un boludo, es un tonto, no entiende nada de la vida. Bueno, para esa saña y esa bronca que tengas adolescente, te voy a dar un mapa para que entiendas cómo me tenés que debatir a mí, cómo me tenés que derrotar intelectualmente, cómo me tenés que discutir. Así que este episodio está dedicado para vos, Luna adolescente. Para explicarte cómo me tenés que debatir a mí, te tengo que explicar un poco de filosofía moral.
Filosofía moral: las escuelas clásicas
Estoy seguro que vas a tener exposición a lo largo de tu vida, yo me voy a asegurar de eso, pero está bueno que tengas un buen video mío explicándote cómo yo lo entiendo, para que vos entiendas cómo me tenés que atacar en el futuro.
Mi audiencia en los podcasts, que son programadores, no está muy expuesta a humanísticas, economía, filosofía, política. Con suerte leímos algunos libros en la facultad. No es el tipo de instrucción que tenemos, no es el tipo de cultura que tenemos. Pero la realidad es que la filosofía es fundamental para la vida. A mí me encanta economía también, pero la gente que no estudia ni un poco de filosofía está muy perdida, porque no entiende lo que piensa. Realmente filosofía para mí es uno de los estudios fundamentales del ser humano. Y si no estudiás lo básico de filosofía, y no digo que hay que ser un erudito, pero lo básico, no entendés ni lo que pensás. No entendés ni lo que pensás que es correcto o incorrecto. Y no tenés las herramientas para entender situaciones más complicadas. Tenés un estado muy rudimentario.
¿Qué hago yo? Como debato con cualquier persona, trato de evaluar a las personas, evaluar la moralidad de las personas, para ver si pueden llegar a entender mi moralidad. Yo debato con todo el mundo. Hay un café que está acá a cinco cuadras. Yo lograba que se peleen todos en dos días por semana. Gritos, angustias, todo, porque iba directamente a tener los debates y las discusiones sobre moralidad. En general, lo que hago yo es plantear alguna situación moral muy clásica del libro y voy viendo qué opina la gente. Y con eso voy determinando en qué nivel están, o qué piensan, o qué sienten, o cuál es su esquema moral. Porque la realidad es que la gente tiende a caer en alguna de las cajas de la moralidad. Especialmente la gente que no estudió filosofía. Suele estar descrita muy bien en un libro que no leyeron.
El caso más icónico que uso para hablar de moralidad, que se usa en unas clases de Harvard que están online, que están muy buenas, es el problema del tranvía, muy popular en internet. El problema del tranvía te dice que hay dos vías, está viniendo un tranvía, y vos tenés una palanca enfrente tuyo. Y vos podés decidir a dónde va el tranvía. El tranvía tiene una pista con cinco personas y una pista con una persona. Y el tranvía las va a arrollar. Y vos con la palanca decidís a qué track, a qué pista va el tranvía. Entonces, ¿a quién dejas que se mueran? ¿A los cinco o a los uno?
En general, les doy dos segundos para pensarlo. ¿Qué harían ustedes si mueven una palanca y les toca salvar a cinco o salvar a uno? Probablemente la mayoría de todos ustedes, apenas presenté esto, dicen ir a salvar a las cinco personas. Esa es en general lo que la mayoría de la gente responde automáticamente porque no hay ningún otro marco de referencia. Es cinco vidas mejor que una. Se acabó, listo. Es objetivamente mejor salvar a cinco que salvar a uno. Es bastante intuitivo. Creo que lo decidiría, sin pensarlo mucho, la mayoría de la gente presionada en esa situación tomaría más o menos la misma decisión.
Pero ahí es donde tiro la primera curva: vos decís que es mejor salvar cinco vidas que una. Bueno, te digo muy bueno, me encanta tu idea, pero en la pista de una sola persona está tu mamá. Tu mamá está ahí, entonces tenés que elegir entre tu mamá y cinco personas. Y ahí ya empieza la pausa. Empieza a decir: "No, ¿cómo vas a matar a tu mamá? No podés hacer esto, es tu mamá, no la podés matar. Que se mueran los otros cinco". Pero ¿qué pasó con la regla anterior que dijiste que cinco eran mejor que una? Acá estás eligiendo uno sobre cinco. "Bueno, pero yo no puedo matar a mi familia". Estas dos reacciones son de libro. Y cuando digo libro, digo literalmente libro, de moralidad, de escuela, de filosofía.
La primera, de salvar a cinco sobre uno, es la utilitarista. La mayoría de la gente tiene una tendencia natural a ser utilitarista. Es una idea de John Stuart Mill, liberal clásico, que se le ocurrió esta idea, no sé por qué, me parece espantosa. Después tenía otro que era Jeremy Bentham, eran como los debates, el debate moral de esa época. En el utilitarismo decían: tenemos este concepto de utilidad económica, que es qué tanto provecho o felicidad le da a una persona o satisfacción usar o hacer algo. El utilitarismo es aquello que dé la mayor cantidad de satisfacción a la mayor cantidad de gente. Es práctico: salvo a cinco sobre uno, hay mayor felicidad, porque salvaste a cinco personas.
Pero el utilitarismo empieza diciéndote esas cosas y vos rascás un poquito y empiezan a haber problemas. En el caso de la mamá y los cinco chicos, vos decís: "Bueno, tu mamá, una mujer grande, por ahí no le queda mucho tiempo, y otros cinco, yo no culparía a quien salva a la mamá y tampoco culparía a todo el que diga ahí, bueno, son cinco personas, no sé, lo dudaría". Pero me encanta como lo continúan en el de Harvard, que te dicen: "En vez de girar una palanca, no hay una palanca, hay solo una pista con cinco personas y enfrente tuyo hay un tipo gordo bien grande. Y vos lo que podés hacer es empujarlo a las vías. Empujás y con eso frenás al tranvía y salvás a los cinco". Cuando le presentás esto a los utilitaristas, ya dan dos pasos para atrás y dicen: "No, bueno, ¿cómo vas a asesinar a otra persona?". Pero es lo mismo que estabas haciendo antes, con la palanca, ¿qué cambió acá? Con tus manos empujando al pobre gordo, estás eligiendo una vida sobre cinco, ¿no? Es más o menos lo mismo.
Después podés ir más profundo y decís: "No te gustó eso, vamos por otra. Agarrás a una persona completamente sana y le sacás todos los órganos y salvás a cinco personas". Es lo mismo que el tranvía, es la misma decisión. Es un poquito más fea porque estás matando a alguien, pero el otro también estaba matando a alguien. Acá es donde la gente que piensa que es utilitarista empieza a decir: "No, bueno, acá esto no me cierra", y empiezan a no entender cuál es su postura. Estos son los monstruos utilitaristas: vos podés hacer cualquier cosa si, bajo algún criterio, considerás que es mejor para la mayoría.
Jeremy Bentham, de estos dos, de John Stuart Mill y Bentham, se pelearon un montón porque Bentham terminó diciendo: "¿Sabés qué necesitás? Un gobierno fuerte que le diga a la gente lo que tenga que hacer porque la gente es muy egoísta y muy individual y hay que obligarla a hacer el bien del mayor". Se volvió un colectivista. No existía el comunismo en su época, pero era un colectivista, claramente. John Stuart Mill decía: "El problema de Bentham es que no tiene un dios, no pone el sentido común y a dios para ponerle límites a lo que piensa". O sea, que su esquema moral no cerraba por ningún lado.
No es sorpresa que el comunismo, en realidad, tiene de columna vertebral al utilitarismo. Porque, en general, es el sacrificio de uno para el supuesto bien de muchos. No es sorpresa que la acusación más grande que tenemos en tiempos modernos sobre China, una de las acusaciones más grandes, es que sacrifican prisioneros para sacarle órganos. Literalmente, ese es el monstruo utilitarista. Ahí te lleva este esquema moral. Obviamente, en el mundo occidental tiene barreras, pero significa que el modelo moral es incompleto.
En mi experiencia, cuando hablás con gente utilitarista, el problema que tienen es que lo abandonan rápido cuando el precio lo tienen que pagar ellos. Cuando les decís: "Bueno, estás en el tranvía, está lo de la mamá", ya dicen que no. Te tengo una mejor: estás vos en la pista. Esos vos o las otras cinco personas. Y ahí ya no son más utilitaristas. Empiezan a inventar reglas. El precio, pagar el precio es lo que mata a los utilitaristas, y lo viví toda mi vida.
Antes de la pandemia, me acuerdo que tuve un debate, me peleé con mi hermano también, con un montón de gente de esto. En la ciudad de Buenos Aires, sacó algo, no sé si era una ley o una contravención, que decía que si no te daban las vacunas obligatorias, podían retenerte el pasaporte o el documento. Esto pasó antes de la pandemia. A mí me dio muchísima bronca eso. Yo trabajaba en salud en esa época, porque en medicina se sabe, a nivel milenario, que no se pueden prohibir, no podés obligar a alguien a tener vacunas, no podés obligar a alguien a tener un tratamiento, porque genera una contrarreacción de gente anti ese tratamiento. Literalmente, la medicina buena es no hacer estas cosas. No tiene nada que ver con medicina hacer una vacuna obligatoria. Justamente, el problema de la antivacuna subió con la vacuna obligatoria.
Además de eso, me parece espantoso que te traten de obligar físicamente, burocráticamente te obligan, pero detrás de eso hay una expectativa de fuerza. No podés salir del país, no podés hacer un trámite, no podés hacer nada para este sometimiento. Yo decía: "Bueno, mirá qué divertido. Vos, porque estás a favor de las vacunas, no te importa, no pagás un precio, te parece perfecto. Bueno, yo te propongo algo. Vos, manualmente andá y dale las vacunas a la gente, si sos tan macho". Obviamente que la gente dice: "No, pero eso es una ridiculez". No es una ridiculez, es lo que estás proponiendo vos. Solo que el que obliga es otro. Está mal. La vacuna obligatoria está mal, está mal en medicina y está mal moralmente, porque el utilitarismo es malo. El utilitarismo es una cagada.
El utilitarismo es práctico cuando todas las opciones son medio lo mismo. Cuando es muy mecánico lo que hay que hacer. Cuando estás obligado a hacer algo. Cuando hacés algo muy sencillo. ¿Cómo divido la torta? Hay una porción para cada uno y ya fue. No ponés a pensarlo mucho. Pero en el momento que empezás a decir: "¿Sabés qué? Te robo las cosas a vos para dárselo al otro", empiezan todos estos problemas. Lo de empujar al gordo, de los órganos. Cuando ponés a los utilitaristas o a la gente que no entiende que es principalmente utilitarista contra las cuerdas, como estas cosas, empiezan a inventar las reglas. "Bueno, pero vos tenés que sobrevivir. No, si soy utilitarista, mi primera regla es sobrevivir. Si es mi mamá, mi primera regla es la familia", etcétera. Y estas reglas son el otro caso libre que es la deontología.
La deontología es basar la moral en un conjunto de reglas o principios o generalidades. Con el exponente de Kant diciendo que está la regla de oro: no le hagas a otro lo que no querés que te hagan a vos. Así, en gran parte funciona la ley. La ley, las normas, las guías, cuando ves políticas de una institución, cuando ves una ley, cuando ves todas estas cosas que se transmiten, la espalda moral de todo eso es la deontología, es el conjunto de reglas. Es decir, mi comportamiento moral va a ser predecible. Y las reglas son muy cómodas justamente porque son predecibles, porque son fáciles de comunicar. Los diez mandamientos. Son fáciles de comunicar. No matarás. Sí, estamos todos de acuerdo, no pasa nada. No robarás. Está todo bien. Lo entiendo. Todo lo entendemos acá. No hay ningún problema. Porque la moralidad también es un ejercicio de coordinación. Es un ejercicio de que todos estemos de acuerdo en qué consideramos bueno o malo. Y las reglas son muy buenas en eso. Son realmente un muy buen ejercicio de coordinación.
A mí la deontología me pareció una boludez toda mi vida. Me acuerdo la primera vez que escuché la regla de oro de Kant y dije: "¿Y qué hacés con un masoquista? ¿Al masoquista le gusta que le peguen? ¿Entonces él tiene piedra libre para pegarle a otros? ¿Cómo resolvés esto?" Nadie nunca me respondió. Se acabó. Para mí se murió. El esquema moral está equivocado. Es simplemente grave. Pero bueno, es la espalda de poner reglas. Proteger a tu familia. No robarás. Para cosas que sean más o menos obvias, anda bastante bien.
El gran problema no es solo la simetría de la deontología, sino que la experiencia humana es realmente muy compleja. Lo digo en el episodio de Origins. La experiencia humana tiene tantas opciones, tantas cosas que pueden pasar, que casi seguro vas a violar las reglas que te planteás. Todas las reglas tienen excepciones, todo el tiempo. Y no son anomalías. No es: "Uy, era una buena regla, pero mala leche". No, todas las reglas tienen excepciones. Van a afectar negativamente a casos donde no deberían aplicarse. Algo tan obvio como el "no matarás" está el "no matarás en defensa propia". Y ya se rompe la regla. Muy rápido. Eso es porque son un Leaky Abstraction, un concepto de programación. Un modelado de qué es lo que debería pasar. Pero como es una abstracción, no puede absorber todos los detalles de la realidad. Al deontólogo lo volvés loco empujándolo a las excepciones de sus reglas. "Bueno, es tu mamá en la vía, tenés que proteger a tu mamá. Bueno, pero es tu mamá en coma con cáncer 4 y tiene 15 minutos de vida. Bueno, así matala. ¿Y qué pasó con la regla? No, bueno, pero la regla..." Es buenísimo. Me encanta volver loco a la gente.
Dentro de las escuelas morales, la mayoría de la gente con la que hablo que no se instruyó moralmente va a tener una mezcla de utilitarismo y deontología. Algo nuevo, relativamente nuevo, que esta generación lo hizo muy popular, pero tiene menos de 100 años creciendo, es el libertarianismo. El libertarianismo como idea filosófica es muy política, está muy relacionado con su pelea con la figura del Estado. Pero en general, como idea, lo podemos resumir en una sola, que es el non-aggression principle. Es la idea de que vos no tenés el derecho de generarle un daño a otra persona sin su consentimiento. No podés hacerle daño a otro. Ese es el límite de la moral, ese es el principio. Ahora, si vos no le hacés daño a otro, podés hacer todo lo que vos querés.
Me encanta la regla, es muy bueno, porque mientras el deontólogo y el utilitarista siempre tienen esta puja entre los que les conviene y las reglas que quieren seguir, el libertarianismo sale por otro lado. Entonces, en el caso del tranvía, ¿qué te dice el tranvía? Que no podés mover la palanca. Porque no importa si vos movés el tranvía a uno o cinco, vos estás tomando una decisión de a quién vas a matar. Entonces estás violando el principio de no agresión. La respuesta del libertario sería que no toco la palanca. Es interesante, porque podés decir: "Bueno, pero estás como escapando la decisión", pero yo diría que estás no tomando la decisión. Estás diciendo: "Yo no voy a hacer este daño". Podrías pensar que es una lástima, ojalá no pase. Pero resuelve algunas situaciones de una manera que las otras escuelas morales no saben hacer. Por eso los libertarios en general hablan siempre del consenso. Vos podrías mover la palanca si el tipo que está solo en la vía te dice: "Matame a mí, salvá a los otros cinco". Ahí podrías hacerlo.
El libertarianismo me gusta mucho la idea para economía en general, porque economía es un intercambio entre partes voluntarias. Entonces la idea de que vos tenés que vender tu producto sin obligar al otro a coercionarlo es como medio básico, va a funcionar siempre. Es muy raro que en economía tenga que usar fuerza. No digo que no haya casos de regulación, que no haya casos de obligación, pero es poco. Es realmente poco. Dentro de todas las escuelas es mucho mejor el libertarianismo para economía que las otras cosas. Por ejemplo, el utilitarista siempre termina en comunismo. Entonces el utilitarista ¿qué te dice? "Ah, vos sos muy rico, 100 dólares para vos no significa nada, pero 100 dólares para un tipo que no alcanza fin de mes valen un montón". Entonces te lo sacás siempre. El utilitarista es comunista. Es así de sencillo. De hecho, la razón por la que toda la gente de izquierda que habla de política dice que hay que subir los impuestos es porque son utilitaristas. Y el deontólogo por ahí depende de las reglas que le toca o que elija utilizar, pero el deontólogo no tiene reglas muy razonables tampoco para explicar por qué tiene que haber total libertad en el comercio. Porque por ahí te puede decir el deontólogo: "Es más importante cuidar a la economía nacional que a la extranjera". Ese es un deontólogo. No es un utilitarista. Porque, digamos, si fuese utilitarista dirías: "No debería comer gente en la Ciudad de Buenos Aires, hay que mandarle la comida a África". Eso es lo que diría el utilitarista. El deontólogo te dice: "No, es Argentina". Pero bueno, boludeces. Boludeces porque terminan justificando el uso de la fuerza en intercambios comerciales.
El libertarianismo es el gran ganador ideológico del último siglo porque está bien que Argentina tuvo el primer presidente abiertamente libertario en el mundo y la historia es una cosa de locos, pero más allá de ese caso, la idea del libertarianismo viene ganando con el tiempo porque los libertarios tienen siempre este problema de cómo llegar al poder porque son antipoder filosóficamente, pero la desconfianza de la gente en las instituciones públicas y la confianza sobre el individuo van cambiando y la gente tiene cada vez menos confianza en la institución pública, en el uso de la fuerza por eso, y más confianza en el individuo. Entonces, el libertarianismo es el gran ganador de este último siglo. El gran ganador moral, filosófico.
Una de las razones por la que gana el libertarianismo es que tenemos la primera utopía libertaria que es Internet. Internet es el paraíso libertario. Es esencialmente un espacio donde es físicamente imposible hacer violencia sobre otra persona. No se puede. Es muy poco, podrías decir que el bullying o que la censura, pero es muy poco. Es realmente un vale todo Internet. Y es lo que más creció en toda mi vida. En mi vida vine a hacer a Internet y es increíble lo que logró, justamente porque la gente puede hacer cualquier cosa. Y la gente no intercede. Así que, entre que tenemos una utopía libertaria y tenemos una desconfianza generalizada en las instituciones públicas, el libertarianismo es el gran esquema moral del siglo.
Yo no soy libertario pura cepa. En economía te diría que sí. Por eso a mí me gusta decir que soy filo libertario. Porque para economía hay que hacer esto. Lo que más sirve. Todos los otros dicen pelotudeces. Están técnicamente mal y moralmente mal. Pero el libertarianismo para cosas que están afuera de la economía medio que hace agua. Como que no funciona muy bien. Especialmente con cosas vida-muerte. Digo el ejemplo de que el libertario ve a su mamá y ve a las cinco personas y no toca la palanca. Bueno, te quiero mamá, pero bueno, ponele que me pongo libertario y digo, bueno, sería razonable ser libertario. Y pensás, ahora pones a mi hija en esa vía. Y ahí no lo dudo ni un segundo. Podés poner un millón de personas en la otra vía y yo pongo la palanca para que el tranvía los pise más rápido para salvar a mi hija. Me parece absolutamente inmoral permitir que tu hija se muera. Entonces, ¿qué es el non-aggression principle? Matar a otro para salvar a mi hija vale la pena todos los días. Todos los días, todo el tiempo. Entonces, yo digo soy libertario y no, es un pelotudo libertariato, no tiene ningún sentido.
Y todas las cosas con vida y muerte, el libertarianismo es muy complejo. Por ejemplo, el aborto. En el aborto los libertarios son inconclusos porque la mitad te dice que el bebé es un bebé entonces no lo podés matar y por non-aggression principle no podés abortar. Y la otra mitad te dice todavía no es bebé, podés hacer lo que quieras porque es tu cuerpo. Y es como que no se ponen de acuerdo. No puede ser que con algo tan importante como si el aborto es moral o no el libertarianismo no tenga una respuesta. Bueno, vergüenza, vergüenza.
Con libertarianismo, utilitarismo y deontología entendés al 99% de las personas. Les hablás, les hacés tres preguntas, les mostrás la trambilla y ya sabés dónde están parados. Pero la gente sin pasión por la filosofía tampoco tiene claridad de lo que piensa. Tienen una combinación de estas cosas pero no saben exactamente qué piensan que es lo correcto o lo que es incorrecto. Entonces las terminan mezclando. Te queda como libertario en lo moral, deontólogo en lo legal, utilitarista en lo social. Te empiezan a hacer esas cosas y digo no son muy consistentes esos modelos. Pero bueno, podría llegar a armar algo medio sofisticado que te responde las cosas.
Nietzsche y la moralidad de la voluntad
Hablamos de tres escuelas. Vamos a hablar de la última escuela filosófica antes de la parte que más me divierte a mí, que es la escuela de Nietzsche. Nietzsche ha sido una luz en mi vida desde cuando estudié filosofía. Me encanta cómo piensa nuestro amigo Nietzsche, el rey de la filosofía moral clásica. Un chad. Nietzsche era un chad porque el tipo agarró una pluma, empezó a escribir fuego y dijo: "¿Saben qué pasa con todos ustedes, filósofos morales? Son todos unos chotos. Sus ideas son una cagada. El bien y el mal, ¿qué me importa a mí? No existe el bien y el mal. Existe todo lo subjetivo de lo que vos pensás que está. La aprobación de terceros que otro te diga que vos sos bueno, eso es para enfermos. Dios muerto. ¿Sabés qué es lo que importa? ¿Sabés cuál es la posta? Hacer lo que se te canta las pelotas". Eso es básicamente el resumen burdo de Nietzsche.
Nietzsche decía que lo importante era superar los obstáculos que tenías enfrente de ejercer tu fuerza de voluntad. ¿Qué es lo que querés hacer y cómo hacés para ejercitarlo? Es sobre volverte más fuerte, sobre pisar al mundo con tu voluntad. Y tiene cosas espectaculares. Hay uno que me encanta que es estar dispuesto a prenderte fuego para resurgir de tus propias cenizas. Para un poco, caballero del Fénix. Otras cosas que dice: para vivir una vida moral plena tenés que ser auténtico. Tenés que hacer lo que querés y tenés que sobreponer tu voluntad sobre todas las otras personas que viven su vida. Vos tenés que hacer lo que se te canta las pelotas. Y tenés que pensar en tu vida como un evento cómico recurrente donde si la vivís otra vez, ¿harías las mismas decisiones? Bueno, hacé las decisiones que no tienen ningún tipo de arrepentimiento. Tenés que hacer exactamente lo que querés hacer. Y tenés que rechazar esa debilidad y la mediocridad. Nietzsche era un filósofo de hierro. Un crack. Me gusta mucho sus ideas.
Aunque me encantan las ideas que tiene él y su filosofía de vida, la comparto. Me encanta pensar en la moralidad como un ejercicio de voluntad. No es un esquema moral. Es básicamente una refutación a los esquemas morales clásicos. Porque ¿cómo juzga Nietzsche al problema de tranvía? No me queda muy claro. ¿Qué es el ejercicio de voluntad en la tranvía? ¿Que vos decidís a quién matar o a quién salvar? No te da muchas herramientas para pensarlo. Simplemente te está dando... Es meta, es meta moral. Te está diciendo cuál es el problema con la moralidad de los otros. Bueno, yo te estoy haciendo lo mismo a vos, Nietzsche. Te quedaste un poquito corto con tu esquema moral, ¿no? Y como no me sirve para evaluar las acciones de terceros, porque lo único que te deja evaluar es si otra persona está ejerciendo su voluntad, ¿no? "Ah, esa persona es un superhombre, o si no, no". Para mí se queda un poquito corto.
El conanismo: la moralidad de la apuesta
Llegamos a la parte jugosa, que vamos a mi escuela de filosofía moral. Lo que yo pienso, el conanismo. Siento que lo tuve toda mi vida. Realmente pienso que la moralidad está en la sangre. No es algo que se aprende. Uno aprende filosofía para entender lo que uno piensa, pero uno tiene una afiliación moral construida con las experiencias, pero hay como una semilla de qué es lo que vas a sentir y pensar que es correcto. Hay que entenderse uno mismo. Creo que entendí mi propia moralidad bien a los 26 años, más o menos.
En 2014, yo estaba trabajando para Scribd, hicimos un book club ahí, y el primer libro que leímos fue "Blood Meridian" de McCarthy. McCarthy es el autor de "No Country for Old Men" y "The Road", historias muy, muy violentas. "Blood Meridian" es una historia de ficción en el lejano oeste, extremadamente violenta y moral, pero muy moral. El nivel de violencia que se ejerce sobre personas inocentes es realmente asqueroso. Espectacular el libro.
Lo interesante es que hay un personaje que se llama El Juez, porque es parte de una banda de forajidos que se dedicaban a cazar indios, a matar indios, eran mercenarios, pero eran en general gente pobre o outcast. Pero El Juez no. El Juez hablaba cinco idiomas, sabía de química, era una persona educada, sofisticada, que podía hacer lo que quería y elegía ser un violento, porque le daba placer ejercer la violencia. Cerca del final del libro, tiene una conversación muy buena con un cura que le cuestiona su concepto de divinidad y El Juez le dice: "No, la guerra es Dios". Y le dice: "¿Cómo que la guerra es Dios?" Bueno, y empieza a explicar un poco su postura moral y, bueno, les voy a comentar este quote que me encanta del libro:
En el juego en sí, pero en el valor de lo que es puesto en riesgo. Juegos de oportunidad necesitan un jurado para tener sentido en todo. Supongamos dos hombres en cartas con nada para jurar salvar sus vidas. El universo en general para tal jugador ha laborado en este momento que dirá si es morir en la mano de ese hombre o ese hombre en su mano. ¿Qué más cierta validación del valor de un hombre podría haber? Este enriquecimiento del juego a su último estado admite ningún argumento con respecto a la noción de la fe. La selección de un hombre sobre el otro es una preferencia absoluta y irrevocable.
Dice que lo único que importa es la apuesta. ¡Eso es lo que sentí toda mi vida! Y recuperé esa chispa que había perdido de dejar de apostarle a la gente, de mi gana de apostar. Porque apostar es el acto moral, es el juego máximo. La idea de que vos ponés algo que podés perder, que puede ser por chance o puede ser por habilidad, puede ser por competencia, es el acto de apostar en el que vos estás apostando tu visual, tu matrix, tu universo, en contra de la matrix de otro, en contra de la concepción del universo de otra persona, y la realidad de alguna manera hace de juicio y decide quién gana. Y no importa quién gana, lo que importa es el acto de apostar. El resultado es un detalle, es el acto de arriesgarse a perder lo que lo hace moral. Y mientras más arriesgás, es más moral el acto.
Esto es lo que me molesta de la gente que no acepta apuestas. Que no entiende que debatir es justamente darle lugar a perder. Y que para poder perder hay que apostar en eso que es tan importante para vos como incierto. Apostar cuando sabés el resultado no tiene valor. Apostar cuando es incierto tiene muchísimo valor. Porque ahí está la chispa del ser humano. Nosotros estamos tratando de descubrir la realidad o lo que percibimos de la realidad, y apostar es nuestro mecanismo para que nos importe, para que lo entendamos, para que lo observemos. Esa es la parte valiosa de la experiencia del ser humano.
Si el acto moral es apostar, es arriesgarse, ¿de qué sirve tirar una palanca para salvar a 5 o 1? Hacé lo que te convenga, hacé lo que te importe, chupa un huevo, no tiene ningún valor, porque vos no estás arriesgando nada. Hacé lo que quieras. Es irrelevante. Es como elegir entre helado, chocolate o vainilla. Es irrelevante. Lo importante es lo que hacés o cuándo le das el lugar a la pérdida.
¿Se acuerdan cuando hablo del ejemplo del tranvía, del gordo? Bueno, empujar al gordo para la tranvía también es lo mismo que mover la palanca. Ahora, ¿es una batalla con el gordo para que uno de los dos termine muerto en la tranvía salvándole la vida a otras 5 personas? ¿Es un duelo? Altísimamente moral. Arriesgar tu vida es lo más moral que podés hacer. De hecho, los duelos son un acto de tremenda moralidad. La sociedad humana era mucho mejor cuando teníamos duelos. El último duelo en Argentina fue en 1940. No fue hace tanto. Era buenísimo. Era un político que le dijo al otro "no sé, tu mujer es un gato". Y duelo a muerte, uno quedó con un tajo en la cara. Buenísimo, excelente. Vuelva esa sociedad moral. La sociedad se fue al carajo desde que se prohibieron los duelos. Voy empezando por ahí.
Así que las apuestas tienen su valor en lo que se arriesgan. ¿Qué tan grande es la apuesta, el stake que ponés? Y también en su balance, porque es lógico que haya apuestas asimétricas como que en finanzas uno pueda apostar a ganar mucho apostando poco, porque se ajusta por las chances de que te salga bien. Es difícil pensar en la apuesta balanceada. Pero lo importante es cuánto podés perder y qué tan probable sea eso. Es sumamente moral. Es sumamente moral apostar.
Reitero, las vacunas obligatorias de los utilitaristas están mal porque no arriesgan nada. Si ellos tuviesen que ir a las casas de las personas manualmente, ellos, encajarle las vacunas a alguien y arriesgarse que el otro le pegue un hitacazo en la cara porque se está defendiendo, ¡ay, yo te banco! ¿Qué hacés vos? "Doy vacunas obligatorias. Así como me meto por la ventana y se las encajo ahí. Capaz me cagan a piñas, pero lo hago". ¡Excelente! ¡Te banco! ¡Te banco mil por ciento! ¡Conanista! Totalmente conanbatista. ¡Te banco!
Bueno, el aborto, el libertarianismo que no sabe hacer. Acá venimos con declaraciones. ¿Quién apuesta más en un embarazo? ¿Quién apuesta más? ¿Un feto? ¿Un bebé? ¿O la madre? ¿Y el bebé? En un embarazo saludable, el bebé. Entonces, el moral es el bebé. ¿Cómo puede terminar mal? El aborto está mal. El aborto está mal. Es un acto moralmente malo porque no se apuesta lo suficiente. El único que tiene razón ahí es el que apuesta. Y el que apuesta todo es el bebé, aunque no lo sepa, aunque no lo decida. Hay que nivelar la apuesta para que el acto de aborto sea moral. Por eso, un embarazo insalubre, está bien un embarazo insalubre, pero el otro no, está mal, tiene que quedar claro.
¿Cómo explico esta escuela de moralidad que es lo único que importa es apostar? Quiero que quede claro que no es que apostar es moral, sino que apostar es lo único moral que hay. No existe ningún otro acto de moralidad que no tenga que ver con la posibilidad de pérdida. Y cualquier cosa que reduzca las apuestas, son una perversión moral, son un acto de perversión porque reduce la moralidad de una situación. Si vos apostás y hacés trampa para ganar, estás reduciendo el tamaño de tu apuesta, entonces es un acto inmoral. Si vos estás afectando las chances de la apuesta, estás afectando la moralidad de la situación. Y no es solo para que vos ganes, también para que vos pierdas. Si vos vas y hacés una apuesta con las intenciones de perder o la saboteás, también estás reduciendo el tamaño de la apuesta porque estás eliminando el efecto de incertidumbre. Apostar es sobre apostar mucho a esa incertidumbre. Eso es lo que lo hace valioso.
La gente que apuesta es muy atractiva. A la gente le encanta ver a la gente que apuesta porque la gente que apuesta es la que se anima a poner algo en la mesa. Tiene skin in the game, puede perder. Es algo interesante. Es algo que se nota con moralidad. No son enfermos morales. La gente que se anima a apostar no es un enfermo moral. Para mí la gente que no puede apostar, tiene una enfermedad de moralidad. A mí me da pena, me frustra porque quiero que apuesten, quiero que estén bien, pero cuando se reniegan de apostar están negando su propia divinidad. Es corrosivo lo que están haciendo. Se están haciendo mal. Le están haciendo mal al alma. A mí la gente que no apuesta me da pena. Es la realidad.
Acá explico un montón de moralidad para explicar cuál es mi moralidad y cómo se compara con la moralidad de la mayoría de la gente. Es distinta. Y también comparto estas premisas porque quiero que me las desafíen. Antes de tener a Gilbert y tener esta cuenta que te hice de la propaganda del negocio, mi vida de Twitter más o menos por 5 años fue mi premisa fundamental de mi vida: el único acto moral es apostar. Y lo puse en la red social más tóxica, más cesspool que existe en el mundo, con gente puteándose todo el tiempo y en 5 años ni una persona vino y me dijo: "¿Qué carajo estás diciendo en tu vida?" No me llevaron la contra. Yo les muestro lo que quiero que me peleen y no me hacen ningún challenge. Me siento solo, loco. Pero bueno, ya está. Tengo 40 años. Ya lo acepté. No va a venir. No existe en el mundo la persona que tenga ganas de venir a debatirme a mí, las partes que me importan a mí.
Así que hasta acá llegó mi último plan. Si no existe la persona que me va a cuestionar mis premisas más fundamentales de mi vida, las voy a crear. Y esa persona sos vos, Luna. Te voy a crear a vos. Sos vos que tenés que crecer. Tenés que estudiar filosofía. Tenés que pelearme. Tenés que tener ganas de entrenarme saña. Tenés que apostar y tenés que discutirme las partes centrales de mi vida. Estoy realmente apostando a que vos seas una adolescente extremadamente combativa. Y este episodio es como un puntapié inicial para vos. Es para que vos veas un poquito cómo pienso y te vayas preparando lo que va a ser tu odisea de derrotarme. Porque vas a tener que hacer mucho más que escuchar este episodio para poder venir y discutirme estas cosas. Así que vení preparada. Vení con saña. Vení con ganas de ganar. Vení con ganas de apostar. De poder quedar como un ridículo. De poder perder. De perder plata, tiempo. Lo que puedas perder. Y bueno, yo voy a estar aquí esperándote. Estimo que desde este momento te van a tomar al menos unos 10 o 12 años llegar a ese momento donde me puedas debatir esto. Y yo voy a estar acá esperándote.
Espero que les haya gustado.
Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org